viernes, 23 de abril de 2010

FELIZ DÍA DEL LIBRO

Hoy se celebra el Día del libro, creo que nunca me han regalado uno en este día pero da igual, de lo que sí estoy segura es de que siempre he leído algo... aunque fueran apuntes. Para celebrar este maravillosos día os dejo un relato. Espero que os guste y nunca dejeis de leer, de leer lo que sea... incluso los ingredientes de las cajas de cereales/galletas... :)

"Hay un día en el que te planteas si lo que estás haciendo está bien, si estás poniendo todo de tu parte para que salga como tú quieres, si continuar por ese camino es lo que realmente necesitas. Llega un día en el que pones en la balanza lo bueno y lo malo… y resulta que lo malo pesa demasiado, que lo bueno puede ser muy bueno pero lo malo es mucho… Ese día algo parece que esté escarbando en tu cabeza, escuchas chasquidos que te recuerdan que así no eres feliz, rememoras cada momento que te ha hecho llegar a este punto y saltas al vacío. Decides que vas a cambiarlo, que ya no aguantas más, que no lo soportas, que si sigues así te volverás loco. No quieres creer que tu vida no ha valido la pena, que no has hecho nada por lo que los demás te recuerden. Quizá aquel triste regalo, o aquella tarde brindando por un jodido mal día… Pero nada más. No puede ser que seas un inútil. No es verdad que no hayas hecho nada y lo vas a demostrar.
Ya no serás más el del siempre, ya algo dentro de ti ha cambiado.
Te levantas, ya no desesperanzado sino sonriendo a la vida. ¿Tu desayuno de siempre? No. Vamos a cuidarnos, hoy leche de soja y unas tostadas de pan integral con aceite. Y ya que estamos ¿Por qué no salimos a correr? Tus pantalones, tu camiseta vieja y a la calle.
Hace un poco de frío pero eso hoy no te parará. Nadie en la calle. Piensas que qué mierda, para un día que te pones y no lo ve nadie. Encima empieza a llover. El pelo pegado a la cara, la camiseta y el pantalón empapados te pesan. Giras por el parque y ves a tu antiguo profesor de Matemáticas. Piensas que por fin alguien y que ahora podrá ver que eres alguien de bien que se cuida y tiene un aspecto magnífico… Recuerdas que está lloviendo y que parece que se te caen los pantalones. El profesor ya está cerca y te saluda y te guiña un ojo. Cómo odiabas cuando lo hacía en el instituto… y lo sigues odiando. Continúas tu camino y cuando ya has estado treinta minutos corriendo decides que para ser el primer día no está mal.
Comienzas con el suculento desayuno, saboreando y paladeando cada trozo y cada sorbo. Lo dejas en el fregadero y vas a baño a darte una ducha. Te paras y tu cabeza te dice dos cosas; uno, ¿por qué no te duchaste primero?, y dos, ya que estás, limpia las cosas del desayuno. Vuelves a la cocina y friegas. Ya puestos, pasas la bayeta por dentro del microondas; meses que llevaba pagado el tomate desde que estalló con los últimos macarrones.
Ducha. Ducha caliente y tranquila. Mente en blanco. Sales de la ducha y piensas en la ropa, tus vaqueros y tu camisa desgastada por los años. Repiensas, vida nueva, camisa nueva y rebuscas en tu desordenado cajón y rescatas aquella camiseta que nunca te gustó pero que no tiraste porque te la regaló tu padre.
Recoges un poco el cuarto y haces la cama. Crees que es la primera vez que haces la cama antes de salir de casa. Cierras la puerta tras de ti y observas el cielo azul. Mierda, salgo treinta minutos a correr y es justo cuando llueve y luego un sol de justicia. Da igual, hoy miras a la vida de otra manera. Hoy ha cambiado tu estado de ánimo.
Caminas con paso lento pero seguro y firme. Observas el parque y los niños jugando, recuerdas cuando de pequeño te subías a los árboles. Ahora si a algún niño se le ocurre vienen las autoridades pertinentes a decirle que debe respetar la naturaleza. Miras sus caras y ves la felicidad en sus juegos, tan ajenos a lo que les depara la vida. Ignorantes de que pueden llegar a pensar si están haciendo bien las cosas o que si están haciendo lo posible para llegar a lo que quieren… Ves la panadería donde alguna vez has comprado el pan. El kiosko. El bar de la esquina y el banco. Saludas a aquel compañero del instituto que, al igual que tú, sigue viviendo en el mismo barrio. Ves pasar al autobús. Por primera vez te fijas en las pintadas de un local que algún día fue una peletería y que cerró hace años. Pasas por delante del instituto. Te detienes. Hoy algo ha cambiado.
Decides entrar en el recinto del patio y notar ese suelo de piedrecitas. El campo de fútbol. El lugar donde jugaban las niñas. El campo donde jugaban los mayores. Te acercas a la puerta. Ves una mezcla de niños de diferentes edades, nacionalidades y profesores nuevos y antiguos. Te reconoces en cada adolescente. Esos viven frustrados porque creen que el mundo les da la espalda, sin saber que todavía les queda mucho que aprender. Pero tú ya estás de vuelta de todo eso. Has decidido romper con eso. Has decidido manejar tu vida. Has decidido hacer lo que te hace feliz.
-¡Berta!
Alguien grita en medio de la marabunta. Te giras. Un ruido seco, muy fuerte atraviesa el pasillo. Momentos de desorientación. Chicos corriendo en todas direcciones sin saber qué pasa. Algunos totalmente quietos. Intentas mantener la calma. Quieres huir pero no lo haces. Por una vez en tu vida no lo haces. Todo ha cambiado en ti.
Te abres paso entre los pocos chicos que quedan. Ves varios profesores, incluso al director, que van acercándose hacia ti. Mucho ruido fuera. Sigues de frente, te agachas y le dices a un pobre chico asustado que no se preocupe, que todo está bien. Ahora todo está bien. Te incorporas y ayudas al chico a levantarse y le dices por donde debe salir. Le ves corriendo si parar de mirar hacia atrás. Te acercas al hombre que gritó. Está en el suelo sollozando. Con mucha calma le susurras que ya se acabó. Le miras a la cara y ves a un hombre que tapa su ojo ensangrentado y con dificultades para respirar. Sonríes. Te acercas a su oído, casi tan cerca que tus labios pueden tocarle.
-Siempre odié la forma en que me guiñabas el ojo. Ahora todo se acabó. Ya no me lo volverás a hacer. Ni a mí, ni a ninguno más. Esta mañana, mientras corría, me alegré de que me reconocieras. Yo tampoco te he podido olvidar, ni a ti ni a tus perversiones. Ni tu voz diciéndome que era nuestro secreto y que no se lo dijera a nadie. Supongo que si olvidaste el pánico que me daba cuando, con alguna excusa, me llamabas a tu departamento. Supongo que no recuerdas lo que lloraba. Qué fácil resultó mantenernos callados. Pero hoy todo ha cambiado. Ya no volverás a tener ese guiño pícaro e insultante. Es más, como se te ocurra alguna estratagema más, recibirás otra visita.
-JA JA JA…- la estruendosa risa rebotó en el, ahora, solitario instituto y el resto de profesores que escuchaban con una mezcla de estupor y miedo se alejaron un poco- Pero Berta, te crees que después de esto te vas a ir de rositas, que no vas a ir a la cárcel. Te crees que podrás volver aquí. Es tu palabra contra la mía. Te creía más lista. Ya veo que no.
Miras alrededor y los profesores aterrados están clavando su mirada en la escena.
Te incorporas y desde la superioridad de tu posición le miras con indiferencia.
- Traje sólo una bala para no caer en la tentación de matarte. Me subestimas si piensas que no he pensado en las consecuencias. Creo que eres tú el que no lo ha meditado bien. Hoy te descubro. Destapo tus horribles vejaciones. Es tu palabra contra la mía, lo sé. Puede que vaya a la cárcel. O puede que no. No tengo antecedent..
- Siempre fuiste muy buena…- La voz profunda te interrumpió.
- Efectivamente. Siempre fui muy buena. Demasiado para no molestar a mis padres contándoles lo que me hacías. Demasiado para decirles a los otros profesores lo que pasaba. Demasiado como para juntarme con el resto de la clase y contarlo. Hasta ayer. Ayer decidí contárselo a mis padres, a mis pocos amigos… gracias a lo que me hiciste no me fío de nadie. Lo hablé con los cuatro amigos que me quedan de aquí y todos tenemos un trauma y esta vez no con las matemáticas sino con le profesor. Miguel no lo soportó más y hace una semana se suicidó. En su entierro nos juntamos y nos contamos nuestras terribles experiencias. Sí, lloramos. Sé que te encantaba vernos sufrir mientras nos tocabas. Te encantaba que opusiéramos resistencia. Pero hoy todo ha cambiado. Si yo voy a la cárcel cualquiera de mis compañeros vendrá a pegarte un tiro. No mortal. No. No queremos que mueras. Recuerda que fuimos muy buenos y seguimos siéndolo. Si nos enteramos de que sigues con tus jueguecitos, te disparará a una mano, a una pierna… a la entrepierna. Así hasta que no puedas más.
El profesor, que seguía tendido en el suelo, tiene una mueca congelada entre la risa y la desesperación.
- Sólo queremos que cuando camines por la calle lo hagas mirando siempre hacia atrás, como hacíamos nosotros. Queremos que sufras el rechazo de tus compañeros y que te sientas aislado. Así que tranquilízate.
Él se había empezado a arrastrar débilmente por el suelo intentando alejarse de ti.
Dos profesores que reconociste en seguida se te acercaron y te agarran, cada uno de un brazo, con nervios pero con ternura, para acompañarte a la salida. Mientras, te van diciendo en bajo, casi como para ellos mismos, que no sabían nada, que lo sentían…
Un segundo antes de perderle de vista te giras, le guiñas el ojo y le dices:
- Hoy todo ha cambiado."
A. Huidobro

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